Cultura

52 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE HUESCA

Huesca se rinde ante Victoria Abril, un mito que se convirtió en actriz para no ser secretaria

La intérprete ha protagonizado un multitudinario vermú antes de recibir el Premio Luis Buñuel

Victoria Abril, tras firmar su foto en el Festival de Cine.
Victoria Abril, tras firmar su foto en el Festival de Cine.
Verónica Lacasa

Victoria Abril ha recibido este martes el cariño de los oscenses en una de las sesiones más multitudinarias que se recuerdan del Vermú con.... del Festival Internacional de Cine de Huesca, que después le ha entregado el Premio Luis Buñuel.

Aplaudida desde su llegada en coche a la plaza Luis López Allué, al firmar su retrato y durante sus divertidas anécdotas, Victoria Mérida Rojas (Madrid, 1959) ha interpretado el papel que le ha hecho igual de famosa que los que ha encarnado en sus películas: el de sí misma. Porque, como todas las grandes divas, Victoria Abril es un personaje construido a lo largo de 50 años de trayectoria, una efeméride que ha celebrado en la capital oscense con su galardón: “Me lo merezco”, ha exclamado.

Sus primeros años

Siempre única, carismática y con una personalidad arrolladora que regala tanto momentos agradables y graciosos como otros surrealistas, impactantes y políticamente incorrectos, la actriz ha sido definida con acierto por Luis Alegre, conductor del vermú, como una artista “libre y genial” que se ha convertido en “una leyenda internacional”, piropo que ella ha contestado con un sonoro: “El tiempo pone a cada una en su sitio”.

Esta ha sido la primera vez de muchas en las que el público ha estallado en carcajadas por las contestaciones de la homenajeada, quien ha confesado que se convirtió en actriz “para no ser secretaria”.

Aunque sólo era una bailarina de ballet de 14 años y no tenía experiencia actuando, la madrileña se presentó al casting de la película Obsesión (Francisco Lara, 1975) sin muchas expectativas, porque era “la feucha de la casa”, ha reconocido.

Pero resultó escogida y unas imágenes del rodaje que se publicaron en la revista Fotogramas hicieron el resto. Siendo una adolescente llegó su primera incursión en Hollywood en la película Robin y Marian (Richard Lester, 1976), con Sean Connery y Audrey Hepburn de protagonistas, y saboreó el éxito en España con su quinto largometraje, Cambio de sexo (Vicente Aranda, 1977).

“Allí descubrí a mi maestro, a mi faro, y me di cuenta de que estaba hecha para la interpretación. Así que colgué las punteras y no las volví a tocar hasta hace dos años en una obra de teatro en Francia, en la que empezaba en puntas”, ha recordado.

Esta cinta tan importante se ha remasterizado recientemente en el país galo y, al verla en la actualidad, Abril se dio cuenta de que “no lo hacía tan mal”. Lo mismo opinaron sus hijos y sus amigos, que desde que la visionaron empezaron a mirarla “con respeto”, ha apuntado.

Su nombre artístico surgió de casualidad, porque su madre le pidió que no se pusiera el real “por si lo hacía mal y avergonzaba a la familia”, ha dicho entre risas. Y así, sin más, miró una agenda en la que salía el mes de abril y no se lo pensó dos veces.

Entre sus referentes de esta primera etapa ha nombrado a la gran Charo López, con la que hizo varias giras teatrales entre los años 1976 y 1978, en las que se arruinaban “jugando al bingo”, ha confesado. “Era y es una diosa griega, yo estaba enamorada de ella”, ha agregado.

Aunque se estaba esforzando mucho en sus trabajos en cine, su popularidad definitiva le llegó gracias al programa de televisión Un, dos, tres... responda otra vez, donde intervino en 77 episodios a finales de esa década.

Su fama era asfixiante en algunos momentos, pero, en realidad no fue ese el motivo por el que emigró a Francia a principios de los 80, cuando se enamoró en Portugal de un francés que, como ella, estaba casado, y decidió que hasta que no consiguiera el divorcio no volvería a pisar su país.

“Aunque era muy jovencita ya tenía una gran trayectoria, así que al llegar me dieron trabajo inmediatamente”, ha subrayado Victoria Abril.

Uno de sus largos más sonados resultó La luna en el arroyo (Jean-Jacques Beineix, 1983), protagonizada por Gérard Depardieu, quien dijo en su presentación en Cannes que lo único que merecía la pena del filme era la española.

Las declaraciones fueron tan sonadas que todos los periodistas dieron por hecho que el actor tenía razón y, cuando uno de ellos criticó la cinta sin haberla visto, la madrileña le propinó un bofetón. Una vez más, Victoria Abril siendo Victoria Abril.

Su "triple-A" y otros directores clave

Mucho público en el vermú.
Mucho público en el vermú.
Verónica Lacasa

Después de divorciarse de su primer marido, Victoria Abril regresó a España para protagonizar sus dos décadas de mayor éxito, en las que trabajó con los mejores directores de nuestro país, entre los que ella ha destacado a su “triple-A”: Vicente Aranda, Pedro Almodóvar y Agustín Díaz Yanes.

“Con Vicente hice trece películas, desde los 14 hasta los 45 años. Y porque se murió, porque si no habríamos hecho más”, ha opinado.

De los 30 a los 35, la intérprete protagonizó tres de sus cintas más populares e internacionales con Almodóvar: ¡Átame! (1989), Tacones lejanos (1991) y Kika (1993).

“También tuve dos hijos entre estas películas, que suponían un año de promoción por todo el mundo”, ha recordado.

De los 25 a los 45, Abril encarnó a los personajes escritos por Agustín Díaz Yanes, a quien animó a dar el salto a la dirección con la película Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995).

“Como buen hijo de torero, era hipocondriaco y supersticioso. Tenía mucho miedo a dirigir, pero le dije que si no hacía él la película yo no jugaría, y aceptó. Después, le indiqué que tendría que recoger él todos los premios que ganáramos, los suyos y los míos”, ha declarado.

Y cumplió su promesa, recibiendo en su nombre y en el de la actriz varios premios Goya, en el caso de ella, el único que posee -entre sus nueve nominaciones-, un botín escaso y agridulce teniendo en cuenta que el palmarés de la intérprete incluye premios en la Berlinale o el Festival de San Sebastián.

Precisamente, su última candidatura hasta ahora a los trofeos de la Academia del Cine Español fue por El séptimo día (2004), del oscense Carlos Saura, al que ha definido como “el hombre más fértil” con el que ha trabajado, que en tan sólo tres días de rodaje supo exprimir su papel al máximo.

El quinto nombre que ha salido a relucir en el vermú ha sido el de José Luis Borau, con el que grabó la accidentada “aventura americana” Río abajo (1984), que debido a las inclemencias del tiempo tuvieron que terminar un año después, lo que le impidió protagonizar ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), de Pedro Almodóvar, que  encumbró definitivamente a Carmen Maura.

Como curiosidad, Luis Alegre ha añadido que todos sus directores fundamentales tienen alguna vinculación con Aragón.

Sus últimos años

Pese a haberse convertido en uno de los grandes mitos del celuloide europeo y en el referente de actrices más jóvenes como Penélope Cruz, Aitana Sánchez Gijón, Emma Suárez o Maribel Verdú, el cine comenzó a olvidarse de ella poco después de cumplir los 40.

“En ese momento te abandonan los directores porque eres demasiado vieja para hacer de joven y demasiado joven para hacer de vieja”, ha reflexionado.

Entonces, la actriz, que no ha dejado de vapear durante su intervención en el vermú, protagonizó Sin noticias de Dios (Agustín Díaz Yanes, 2001), que supuso el detonante de su carrera musical.

“Me produje dos álbumes y di la vuelta al mundo cantando durante seis años, actuando en todos los sitios menos en España”, ha especificado.

“La música me bendijo en mis 40 y a los 50 me volvieron a llamar. Aparecí en un telefilme titulado Clem en Francia que vieron 10 millones de personas. Y al final se convirtió en una serie que duró 10 años”, ha exclamado.

Su llegada a los 60 no resultó tan feliz, ya que coincidió con la pandemia del coronavirus. “En Francia nos trataron como personas no esenciales y tuve una depresión horrorosa”, ha reconocido angustiada Abril, que últimamente ha recuperado la sonrisa en el teatro.

Antes de tomarse fotos con algunos afortunados y de firmar autógrafos, también ha declarado que “sólo se aprende de los fracasos, con los que aprendes por dónde no quieres volver más”, ha dicho una actriz que ha prometido que, hasta su jubilación, sólo trabajará “pensando en el público”.